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jueves, 24 de marzo de 2011

Delirios de chocolate


La semana pasada vino María y me regaló una cajita con cinco bombones exquisitos, supremos, de la más alta calidad, un lujo al alcance de todo el que se pueda acercar a un supermercado y lleve un euro consigo.
Pero estos eran especiales.
Como siempre, me tomo primero el más dulce. Error, quizá debería guardarme los más dulces para el final y así quedarme con un buen sabor de boca...

El primero me lo tomé el lunes, todavía viene su sabor a mi mente cuando pienso en él. CHOCOLATÍSSIMO PURO ALMENDRA. Mi preferido antes de tomarlo. ¿Por qué "chocolatíssimo"? Nunca traté de saber quién elige los nombres que llevarán los bombones y que los marcará de por vida... Era un lunes por la noche, después de cenar. Viendo la televisión decidí saborear el chocolatíssimo puro almendra. Buenísimo...
Me desperté a las cinco de la madrugada, y estuve un par de horas pensando en lo que me había ocurrido. No sabría, hoy en día, explicarlo con palabras. Pero algo en mí había cambiado, me sentía diferente. Oí el despertador, un volúmen más bajito del usual, un nuevo día comenzaba, tratando de descifrar qué me había ocurrido se me pasó la madrugada y salió el sol. No sé hasta cuándo saldrá el sol, el caso es que ese martes, salió puntual como de costumbre, me vestí y fui a clase. Fueron unas horas desconcertantes: me sentía aturdido, embobado, ausente. No escuchaba nada, distraído, no sabía porqué. Luego lo descubrí, algo debía haberme producido una sordera parcial. Oía la voz del profesor lejana, más de lo normal. Me sentí prohibido de este sentido, era extraño caminar por la calle sin oír de fondo el tráfico. Ya se me pasará, pensé.

El segundo bombón me lo tomé ese mismo día, después de comer. CRÈME. Qué nombre, yo quiero un bombón de chocolate con leche normal y corriente. Lo saboreo, lo vuelvo a saborear. Pero su aroma tarda en desaparecer de mis labios lo que tarda en desaparecer la ceniza en el aire. Apenas me acuerdo de cómo sabía, pero sin duda fue el mejor: un sabor suave, esponjoso, que te traslada al más grande paraíso terrenal que pueda existir.
Sin embargo, no sé cómo, sentí un punzón clavarse en mi pecho.
A las horas desperté en un hospital. Apenas oía a los médicos decir que no se explicaban qué había podido ser. No mostraba signos de nada en concreto. Yo, desde la cama, pensaba que nadie muere por un bombón, al menos si es de crema. Me preocupé todavía más al notar que me tocaban y no sentía nada. Alcancé a decir que no sentía las piernas, pero esa sensación recorrió todo mi cuerpo. Desde los pies a la cabeza. Me tocaban un pie, no sentía nada, la rodilla, el estómago, mis manos, mi nariz... Nada.
A los pocos minutos trajeron agujas para comprobar mi sensibilidad y todavía sentía algo. Me alivié. Como era de esperar los médicos no sabían qué me pasaba. Lo cierto es que yo tampoco.

A la vuelta a casa pensé sobre lo que me estaba ocurriendo. ¿Podían unos inocentes bombones de chocolate producir sordera y falta de sensibilidad? ¿O eran signos de alguna enfermedad degenerativa? El caso es que no sabía qué me estaba ocurriendo. Por el momento dejé que pasaran los días, a ver si mejoraba o empeoraba.

Seguía igual, pero al tercer día decidí tomar el tercer bombón. CAFÉ TOFFEE. Algo menos dulce para mi gusto, pero igualmente me proporcionó esa sensación solo comparable con un orgasmo que te da el chocolate.
Esa tarde el parque estaba repleto de gente. Espléndidos lucían los árboles ese color a primavera. No sé si fue el sol después de días de lluvia o los efectos del tercer bombón, pero me deslumbró una luz cegadora. Brillante cual estrella fugaz a cinco centímetros de mi rostro. Una potente luz inundó mis pupilas y erosionó mi visión. No veía nada. Me costó más de una hora llegar a casa, comprendí lo difícil que era orientarse sin la vista. El ser humano necesita la vista para todo, y más la necesita en un enredado laberinto de coches y gentes. Decidí descansar.

Ese fin de semana me fui al pueblo, al lado de la costa, mi casa de campo mostraba un aspecto trasnochado. El invierno había sido duro, pero ahí estaba yo dispuesto a arreglar las puertas y ventanas, a darle una manita de pintura, cuidar el campo, las flores, limpiar la casa... Con apenas oído me dolía no escuchar el suave rumor del mar. Con apenas tacto, no sentía cuándo me pinchaba con la espina de un rosal. Con apenas vista, era difícil todo.

Una vez emprendida la búsqueda de lo que me ocurría, no podía dejar en la ciudad mi cajita de bombones. Desde el primer día me acompañó a donde fuera. Esa tarde me la llevé al campo de paseo.

El cuarto bombón me lo tomé rodeado de flores silvestres que desprendían mil olores diferentes. Se llamaba NEGRO 70% NARANJA. No voy a negar que fuera de los peores. No me gustó, nunca me ha gustado mezclar el chocolate con la fruta. Hay cosas que no se pueden unir en esta vida, están concebidas para ser disfrutadas por separado. El caso es que tras la amarga ingesta del bombón que quería ser naranja, me mareé y decidí echarme sobre la hierba, con cuidado de no maltratar a ninguna flor con mi caída al suelo, me tumbé largo mirando al cielo. No sé si cerré los ojos o no, pero vi muchos cielos de muchos colores pasar ante mis ojos. Demasiados para mi gusto, eso no ayudaba con la sensación de mareo que no me abandonaba. De repente, sin yo pedirlo, millones de olores vinieron hacia mi nariz. Creo que recordé todos los olores que había olido desde que tengo uso de razón. Todos juntos formaban uno compacto que me irritaba cual mosca en verano. Tampoco esto contribuía a mi mejora. Tras vomitar sentí un vacío y recapacité. Hacía unos cinco minutos podía oler todas y cada una de las flores que me rodeaban en ese idílico atardecer. Ahora a duras penas olía la que tenía en mi mano.

Moribundo llegué a la casa de campo. Me senté en el porche y decidí acabar con toda esta historia. Harto de escribir lo que me sucedía en esto que tú lector estás leyendo, saqué la cajita de bombones de mi bolsillo.

El último bombón se llamaba NEGRO 70% TRUFA. Estos dos últimos bombones son los que mayor porcentaje de chocolate llevaban, los más amargos, los más sanos también.
Sabía que el bombón que se creía trufa marcaría mi destino. O acababa con mi vida o mejoraba lo que ellos mismos, con su sabor, habían hecho en mi cuerpo.
Ya solo disfrutaba del gusto, qué irónico, el único sentido que conservaba por aquel entonces intacto. En mi interior sabía que eran los bombones. Ellos mismos me habían apagado los otros cuatro sentidos para que disfrutase más de ellos, de su chocolate. Era una estrategia, comiendo este último bombón caí en ello. Su efecto era paralizar mis otros sentidos para que me centrara en el gusto. En ellos. Fascinante cómo los bombones pueden manejar tu vida. Los vi egoístas, solo me querían para ellos. Para embelesarme con su sabor.
Espera, tú, lector, ¿todavía no sabes lo que ocurriría al tomarme el quinto y último bombón? Yo lo descubrí entonces. Fue entonces y allí, moribundo como me hallaba sin más sentido que el gusto cuando lo comprendí. Ese bombón me acabaría de arruinar. Todos los demás habían estado conspirando para cegarme, ensordecerme, privarme del tacto, y del olfato, en definitiva, para que degustara el último bombón que me llevaría a la boca.

Me lo comí sabiendo lo que ocurriría. No sabía qué ocurriría exactamente pero sabía los efectos, la pérdida del gusto. Y no vale la pena, créeme, que te cuente lo que ocurrió, porque prefiero que te quedes con el dulce sabor del chocolate en tu memoria.

Esa cajita me destrozó. Dejó que eligiera un bombón, el que más me gustara, para guardarlo para el final. Yo lo que hice fue empezar por mi preferido, y guardar los peores para luego. E hice mal. Ahora lo pienso y me gustaría que el último bombón que me llevara a la boca fuera uno que me gustara más que el que me tomé. Pero ahora no puedo hacer nada. Soy un no-ser errante. Vivo en el aire y en cada bombón que una persona muerde. Me fundí con el chocolate, qué muerte más dulce. Muerte por sobredosis de chocolate. Delicioso.

Y sé que cuando el que lea estas líneas vea la cajita de cinco bombones en el supermercado se acordará de mi alma. Y que se pensará dos veces comenzar la odisea que supone comerse los bombones. Sabiendo el resultado, unos lo querrán probar y otros se asustarán. Tú elijes si los tomas o no.

domingo, 3 de octubre de 2010

Otoño emocional

La primera imagen de otoño que viene a mi cabeza es de hace ya unos años, en el patio del colegio. Las hojas caían entre decenas de niños jugando al balón, a correr o simplemente hablando en un banco e intercambiando cromos.... El viento me trae ese inconfundible olor a plastidecor mezclado con el sudor ya frío de los niños que corren. Se mezcla en mi mente con el sonido de la campana, es hora de comer, a ninguno de los niños que estamos aquí nos gusta esa comida, pero estar calentito en el comedor escolar, junto a tus amigos, importa más.
Rápidamente una ráfaga de viento me lleva un poco más adelante en el tiempo, estamos en el recreo, ya somos mayores, tenemos toda la vida por delante y miramos a los niños más pequeños con desprecio. Nadie piensa que hace unos años fuéramos así. Esta imagen viene acompañada de olor a tierra mojada, a lluvia. Hoy ha llovido, me he manchado los bajos de los pantalones, mi madre me castigará. ¡Qué irónico! Ya no soy un niño pero todavía tengo que obedecer a mis padres, en cuanto cumpla la mayoría esto ya no será así.
Me ha llamado, ella, mi sueño hecho realidad, quiere verme, pero todavía estoy castigado. Me escapo. Consigo verla y hablamos, nuestro primer beso, sin duda un beso mágico en otoño, rodeados de árboles que nos arropan con sus hojas ya marrones, el viento, sin embargo, nos intenta separar, no lo consigue y no lo conseguirá nunca, somos invencibles.
Eso solo duró unos meses, el verano se lo llevó, menudo verano me espera.
Vuelvo a abrir los ojos y ya es otoño de nuevo, ahora empiezan los mejores años de mi vida, la universidad. Nueva ciudad, nueva gente, nuevo ambiente, me encuentro solo, pero el otoño trae amigos, los amigos de clase, los de la residendia... Parecen venidos con las hojas, arrastrados por el viento. Unos, tal y como vinieron, al igual que hacen las hojas, se van. Otros se quedan.
Mil y una aventuras me han traido estos otoños felices. Ahora, sin embargo, toca madurar. El otoño ya no me traerá momentos así, tengo mujer e una hija. Las adoro. ¡Cómo ha pasado el tiempo! Ahora me encuentro en otoño, sí, mi estación favorita, pero haciendo algo que no esperaba hacer tan pronto, comprando material escolar para mi hija, ella lo elije, la llevo al colegio mientras recuerdo cuando tenía su edad. Ahora, a parte de seguir construyendo nuevas emociones y sensaciones otoñales, estoy creando unas para mi hija. ¿Puede ser algo más bonito que este ciclo? ¿Qué pensará cuando sea mayor? Quiero que recuerde todos los otoños como yo he recordado los mios.
Probablemente dentro de unos años no los recordaré. Me hago mayor, mi hija ya ha cumplido 18 años, se va de la ciudad, a estudiar. Seguiré creando otoños con mi mujer, sin embargo, este otoño huele a soledad y suena a tristeza.
Después de todos estos años puedo estar satisfecho de todo lo que he hecho. He vivido ya 90 otoños, no me acuerdo ya de la mitad de ellos, pero eso no me preocupa. No me preocupa porque sé, que la mayoría, son felices, es más, solo recuerdo los felices. Porque al final, lo triste, se olvida. Yo iré olvidando todos los otoños por una maldita enfermedad, sin embargo, espero que mi familia me los siga recordando. En el fondo sabré que he sido feliz, que tantos otoños han valido la pena.
Jorge Bafalluy Giral, 2010.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Sofronia contro Rasputin

Quindi Rasputin disse: - Sofronia, io parto domani per paesi lontani, il Gargakistan o la Brakulia. Vuoi venire con me?
Sofronia rispose: - Sei un gran bel tipo e hai un bel mattarello, ma io non sono fatta per i viaggi, sono una pianta da erbario. Resterò qui.
- Capisco, - disse Rasputin - nel mondo c'è chi sta fermo e chi cammina.
- Sì. E c'è chi cammina ma non vede mai niente, e chi sta fermo ma vede tutto quello che sta intorno - rispose lei.

(Pane e tempesta) Stefano Benni.


En el mundo hay quien camina pero no ve nada, y quien está quieto pero ve todo lo que está a su alrededor...

lunes, 22 de marzo de 2010

Orgías asesinas

Esto ocurrió hace tres años, en mi 20º aniversario. Mi nombre es Miguel.
Todo comenzó el día de mi cumpleaños, Sofía me dijo que tenía una sorpresa para mí. Ella, hasta entonces, era mi novia, y digo hasta entonces porque a partir de ese día, aquel 22 de marzo de 2010, mi vida cambió.
Fuimos a su casa, su sorpresa era sexual, una orgía ni más ni menos.
Cariño, he descubierto una nueva web en internet donde la gente puede hablar y quedar en grupo para hacer el amor, me dijo.
Yo quedé sorprendido, Sofía era lo más parecido a una monja que me había echado por novia...
Me daba vergüenza decírtelo, pero, verás, siempre me ha llamado la atención el sexo en grupo, desinhibirte con un poquito de vodka y pasarlo bien.
Esta tía va drogada, es lo primero que pensé, o quizás se trata de una broma, ahora me dirá que era broma. Sí, está a punto, va a decírmelo ya.
Miguel, ¿no te parece bien, cariño? Sé que es una locura, pero... ¿no te apetece?
Lo primero que pensé fue que al fin me la tiraría, sí, es una locura, pero es la forma más rápida de hacer el amor con ella, y practicar sexo con otras. Porque hay que distinguir entre hacer el amor y practicar sexo, es muy diferente. Un momento, ella me ha dicho hacer el amor... ¿estará enamorada de los que haya conocido en ese chat? Mierda, una orgía, también habrá tíos. Cosas mal.
No sabía qué hacer... Estaba confundido. Sofía se volvió loca, un poquito de vodka y a desinhibirse... No es ella... No puede ser ella.
Al principio me lo tomé mal, me cabreé. Le dejé de hablar. Cortamos. Huí.
Yo... En realidad, no me podía ni imaginar qué sucedería más tarde...
Cuando usted me llamó la primera vez, diciéndome que el cuerpo de Sofía había sido encontrado sin vida en aquel río no me lo podía creer. Hay que ver, ¿cómo ha podido pasar? Ella no era así...
Lo pasé mal, y todavía la echo de menos, pero decidí investigar, necesitaba saber quién y porqué le había hecho eso...
Contacté con esa web y creé un perfil, al poco tiempo me incluían en conversaciones múltiples, pero eso no servía de nada, mucha gente y ninguna pista. Hablé con todos, me dio la sensación de que eran personas salidas, con ganas de sexo, sin más. No avanzaba.
Me creé un nuevo perfil, Isabel, creé una persona similar a Sofía, misma edad, misma ciudad, características físicas, sun duda pasaría por su hermana gemela, al menos descrita.
Me habló un contacto con el que había hablado anteriormente, Tigre23, así se hacía llamar.
Tras los típicos datos de físico y medidas, me dijo que era perfecta para una orgía que llevaba en mente, cinco tíos, cuatro tías más, con Isa cinco. ¿A qué jugaba? No lo sé, todavía hoy no lo entiendo.
El caso es que insistía mucho, pero mi única intención era saber quién le había hecho eso a Sofía. Le pregunté si era la primera vez que lo hacía.
Nena, soy un experto, vamos, vente, lo pasaremos bien.
Era la misma respuesta, en todos los intentos, en todos los días.
No sabía hacia dónde andar. Estaba perdido. ¿Cómo podía saber con quién quedó Sofía la noche de su muerte?
Tengo una idea, tengo que conocer su contraseña, entrar en la web como Sofía, alguien seguro que se sorprende. ¿Cuál será? ¿Su cumpleaños? No, son letras... ¿su nombre? ¿sus apellidos? Tampoco. Al fin encontré la correcta, nuestros nombres, miguelysofia. Entré.
Cómo no, este le tira la caña a todas, otra vez Tigre23, qué pesado. Pero... Él no puede ser, me habla como si no la conociera, él no puede ser.
¿A quién tiene Sofía como amigos? Solo aparece uno, Boy_21. Se ha desconectado. Lástima, podría haber sacado información de él. No se conectó durante el resto de la semana, yo estaba las 24 horas pendiente de la pantalla, pero nada.
Entonces es cuando tuve la brillante idea, no sé si fue brillante o no, pero la tuve. Volví al perfil de Isabel, y busqué a Boy_21.
Hola, ¿cómo estás?
Cuatro tonterías y lo tenía detrás, qué fáciles somos los tíos, me di cuenta entonces. Nos dicen dos guarradas y vamos detrás de ellas como perros hambrientos.
Tenía que sacar información, como fuera, sí, está mal, lo sé, se llama suplantación de identidad, pero en ese momento ni lo pensé ni me hubiera importado. Conseguí fotos de una tía que la verdad, no estaba mal del todo, y comencé a tramar mi plan. Con fotos es mejor, más verosimil.
Eres muy guapa, justo la chica que busco para el sábado, he quedado con tres amigos, ¿quieres pasarlo bien?
Si, por supuesto, me encantaría, pero ¿dónde quedamos?
Podemos quedar en mi casa, vivo solo, junto al río, es una calle discreta, a la margen izquierda.
Genial Boy_21, pero... ¿me dices tu nombre? No querrás que el sábado te llame Boy_21...
Alberto.
Tenía que ir de alguna manera, Isabel no existe pensé, pero yo tengo que ir y asegurarme de que ese cabrón no es el asesino de Sofía. Pero, ¿qué hago? Estoy loco, ¿cuál es el plan? Me presento allí, como quien no quiere la cosa, a preguntar si es el culpable? La policía, ustedes, ya habían investigado la zona, sin encontrar nada, ni rastros en el cuerpo. Nada. Ni arañazos, ni moratones, ni adn... Nada en absoluto.
Decidí ir.
Llegué, pero no me abrieron la puerta, ¿realmente no había nadie en casa? Imposible, era la hora y el lugar. Oía una respiración tras la mirilla. Me quedé esperando en el portal.
Vienen tres chicos, me voy a esconder. Sí, detrás del coche es poco probable que me vean. Oigo sus voces.
Joder macho, espero que Alberto no se vuelva loco como hace unos días, ¿sabéis la que me lió? Se la cargó antes de follar, qué cabrón que es, no le gusta compartir, la faena sucia sí, ¿sabes? Pero aquí solo folla él... Como hoy haga lo mismo me lo cargo después a él.
Eh, vosotros... Hola, esto... Mi nombre es Miguel, mira, quería preguntaros algo...
No recuerdo más. Solo el agua en mi cabeza, inundándome el cuerpo, hundiéndome, algo me tiraba de los tobillos hacia abajo. Me volví a dormir.
Desperté en el hospital, rodeado de policías, vuestros compañeros. Me habían encontrado en el río, medio muerto. Investigaron sobre mí, registraron mi ordenador, y finalmente estoy aquí, por suplantación de identidad, encontraron a la chica de las fotos, la tal Isabel, la muy zorra resultó ser la hija de su superior, y lo más grave...
En todo este tiempo nadie ha seguido investigando la muerte de Sofía, sin embargo, yo tengo que asumir una multa si no quiero ingresar en prisión, por suplantación de identidad.
¿Les parece justo? Estoy seguro de que fueron ellos, uno se llamaba Alberto, les he dicho dónde vive, incluso su perfil de la maldita web, pero ustedes no me creen, es mucho más grave para ustedes el coger unas cuantas fotos de una tía cualquiera de la red. Lo sé, estuvo mal, pero como a veces, en esta vida, cuando has perdido algo importante como fue Sofía, lo demás te importa una mierda. Incluso cumplir años, ¿qué regalo puede haber mejor que la detención de los culpables? Nada, como siempre, y como nunca hubo aquí, nada.




Bueno, este "relato" por llamarlo de alguna manera es una mierda improvisada en 20 minutos, los que me ha costado teclear las palabras, simplemente, he cumlido mi palabra, el título era Orgías asesinas, creo que el tema está claro, he hecho un relato a partir del título que me habéis dicho... He cumplido... Muahahaha xD
El objetivo es echarse unas risas, de hecho, lo he hecho con esa intención, con aspectos que os sonarán familiares, como la suplantación de Isabel, jajaja.
Saludos!

jueves, 21 de enero de 2010

Verano del '96

Era una cálida noche del verano del 96. Eva y Lucía paseaban por la ciudad. No se conocían, ambas recorrían las grandes avenidas de Madrid. Eva contaba con apenas 20 años, Lucía tenía uno menos.
Mientras la primera paseaba con su novio, Lucía lo hacía sola. Sola porque no tenía a nadie, acababa de dejar a su novio porque había decidido, por fin, contar la verdad. Ella se sentía lesbiana, le gustaban las mujeres, había decidido dar este paso tras varios años ya de incertidumbre. Su novio, sin embargo, no se lo tomó demasiado bien. La golpeó hasta que sus labios sangraron y una lágrima se deslizara por su mejilla. Lucía no sabía por qué. No entendía ese odio hacia la homosexualidad que respiraba en su ambiente, entre sus amigos, incluso en su propia familia. Jamás pensó en contarles sus inclinaciones a sus padres, católicos, que no entenderían nunca su situación.
Eva, en principio, se consideraba bisexual, y su novio lo sabía, lo aceptaba y lo respetaba. Su relación iba perfectamente hasta aquella noche. Ambos se sentaron en una pequeña plaza, cerca de una fuente. Él le confesó que había estado con otra chica hace unas semanas. Eva no se lo tomó nada bien. Tras varios reproches, él dijo que ella no tenía derecho a recriminarle nada ya que era una zorra a la que le iba todo. Pues si a ella le iba todo, él tenía derecho a acostarse con quien quiera. Eva comenzó a llorar desesperadamente, y es que en verdad, estaba muy enamorada. A él no se le pasó por la cabeza ni una sola vez que lo que había hecho no era lo correcto. Se marchó.
Lucía llegó a una plaza apartada de la luz, de la gente. Encontró a una muchacha llorando, sentada cerca de una fuente. Se acercó hacia ella y le preguntó si la podía ayudar. Eva la miró, y al ver la triste mirada de Lucía se deprimió todavía más. No la conocía de nada pero aceptó su compañía, ambas compartieron sus problemas y contaron sus historias. Tras llegar a la conclusión de que los hombres eran unos asquerosos, saltó la primera sonrisa. Decidieron comprarse un helado, pues hacía mucho calor en pleno agosto.
Pasearon por el Retiro, conociéndose, compartiendo experiencias, pensamientos y miradas. Era tarde, las dos de la mañana, Eva se tenía que ir, sus padres estarían preocupados. Al tiempo de despedirse, Lucía pensó que no podría desaprovechar la oportunidad de pedirle su teléfono, quedarían otro día para seguir hablando de ellas, de ellos, y de las muchas cosas que tenían en común. Eva se despidió con un beso en la mejilla y se fue.
Pasaron horas, días y semanas, Lucía pensaba que aquello era una locura, no la conocía de nada, pero decidió llamar a Eva para tomar un café. Ésta aceptó, tras unos minutos hablando, Lucía le contó porqué había terminado con su novio. Eva sonrió. “No sé qué te hace tanta gracia, el muy cabrón me pegó una paliza cuando se lo dije. Lo odio, lo odio con todas mis fuerzas.” “Ja ja ja, tranquila, tranquila, no te pongas así, me río porque me siento identificada contigo. Soy bisexual, y en cierto modo, terminé con el mío por el mismo motivo. Él pensaba que como yo soy bisexual, él podía acostarse con cualquiera que le diera la gana. Como si por ser bisexual o lesbiana tengamos que ser promiscuas… ¡Me pone enferma!”
Sus miradas se entrelazaban, se cruzaban y se enredaban. Había nacido algo entre las dos, algo más fuerte que una amistad. Por fin, se besaron.
Y es que en esta vida para el amor no importan las barreras, los estereotipos, la condición sexual de cada persona, ni convencionalismos.
Tras unos meses de relación clandestina, decidieron dejarlo todo e irse juntas a otro lugar, da igual dónde, solo sabían que se amaban, que ya nada importaría más que ellas dos, que disfrutarían del amor todo lo posible.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Las Voces del Patio Interior

Corría el mes de noviembre cuando me encontraba estudiando en mi habitación. Con mi escritorio debajo de la ventana, observaba cómo atardecía, el sol se estaba ocultando. Yo, con el flexo encendido, repasaba el temario preocupado, tenía un examen la semana siguiente y apenas había leído los apuntes. Llegó la hora de cenar. Llamé a Sandra, Leonor y a Carlos y quedamos en el hall. Entramos en el comedor y nos alegramos porque aquella noche había hamburguesa para cenar.
Después de jugar un guiñote en los sofás, se fueron a la habitación de Sandra a pasar el rato, yo decidí continuar estudiando, me dirigí a mi habitación y entré, me había dejado la puerta abierta, me extrañé porque siempre la solía cerrar. Sin darme cuenta, cerré de un portazo, me asusté. Había sido el viento, aquel día de noviembre, casi acabando el mes, hacía mucho viento, más que de costumbre en Zaragoza.
Mi ventana estaba abierta y no entendía porqué, la había dejado cerrada. Quise cerrar con llave por dentro, pero me las había olvidado fuera. Traté de abrir la puerta, no podía, alguien me habría cerrado por fuera, una broma pesada. Recogí mis apuntes del suelo, habían volado, los ordené y los coloqué encima de la mesa. De repente abren la puerta, era Pedro.
Pedro es un chico algo raro que está en mi pasillo, siempre grita y está alegre, pero su voz se te clava en el oído aún con la puerta cerrada. Abrió y me dijo que me había dejado las llaves por fuera, le dije que alguien me habría encerrado porque intenté abrir y no podía. Contestó que la puerta no estaba cerrada con llave.
Tras esta conversación me despedí y comencé a estudiar. No me podía concentrar, bajé a por un café y volví. Los apuntes volvían a estar por el suelo, pero la ventana y la puerta estaban cerradas. No hice caso y volví a empezar el temario. Veía enfrente de mí los árboles yendo de lado a lado en el patio interior. Las hojas se habían caído y eso le daba un matiz siniestro al patio. La ventana crujía por el viento, era de noche y hacía mucho frío. Alargué mi mano hasta el radiador, pero estaba congelado. Me abrigué con una manta, seguí estudiando.
A medianoche oí voces y lamentos que venían del patio a través de la ventana. Debía de ser algún gato. Continuaron como unos diez minutos y decidí asomarme, no veía ningún gato y los lamentos parecían provenir del salón de actos o de la capilla, que quedaba justo enfrente de mi ventana. Cerré la ventana y salí al pasillo. Me dirigí hasta el gallinero para comprobar que no hubiera gente ensayando teatro, cantando, o algo parecido. Cuando subí por las escaleras interiores y llegaba a la tercera planta, un gran relámpago iluminó todo el colegio. Le siguió un enorme trueno. La tormenta estaba servida. Abrí la puerta del gallinero y no había nadie, estaba todo a oscuras y no se oía nada. Volví a mi habitación y decidí acostarme.
A la mañana siguiente lo comenté con mis compañeros:
-No Juan, yo no escuché nada- dijo Sandra.
-Nosotros tampoco- añadieron Leo y Carlos.
Desayunamos y me fui a clase, era un día de perros. Llovía intensamente y el sol parecía ausente. Volví a la hora de comer, mis amigos tenían todavía clase y decidí esperarlos escuchando música en mi habitación. Conecté el portátil y puse algo para alegrarme.
Echado en mi cama, mirando al cielo, escuché de repente un aullido desgarrador que me sobrecogió. Me asomé al patio pero no había nadie, como siempre estaba vacío.
Bajé a los sofás a leer el periódico. Pregunté pero nadie había escuchado el lamento.
Llegué a pensar que había sido mi imaginación, pero entonces un novato que no se relacionaba con nadie me dijo que él también lo había escuchado. Creo que se llamaba Rodrigo, pero nunca participaba en fiestas, siempre comía y cenaba solo, en la mesa más lejana del resto que podía encontrar. No saludaba por los pasillos, no sé ni siquiera en qué planta vivía ni qué estudiaba. Nadie lo conocía, ni había hablado con él; sin embargo, se me había acercado para decirme que él también lo había escuchado.
Su aspecto tampoco ayudaba a su integración. Vestía con ropas oscuras y viejas. Nunca se peinaba su media melena, sus ojos de color negro carbón contrastaban con su blanca tez. Cada ojo miraba hacia un punto distinto, pues era bizco.
Pasaron los exámenes de febrero y llegó la primavera. El patio interior se llenó de vida, crecieron las hojas de los árboles y los naranjos daban su fruto. No había vuelto a ver al novato extraño, a Rodrigo. La gente decía que se habría ido del colegio, nadie sabía nada de él.
Pero un día llamaron a la puerta de mi habitación, era él. Me sorprendí al verlo y volví a la realidad cuando me preguntó si podía pasar. Me dijo que estaba estudiando mi misma carrera y que si le podía dejar apuntes. Al cabo de unos días me los devolvió, pero había escrito en ellos mensajes en rojo, parecía que estuvieran escritos con sangre, pero descarté esa absurda opción. Los mensajes decían lugares y horas, no lo comprendía, uno decía que a las doce de la noche y al lado ponía el banco del patio interior. Yo no sabía qué significaba eso, pero no se lo pude preguntar a Rodrigo porque no sabía ni su número de habitación. Decidí asomarme a las doce a la ventana y mirar el banco. No veía nada, pero al filo de las doce, el banco se iluminó extrañamente y me asusté.
Otros comentarios en mis apuntes señalaban las seis de la mañana y como lugar la capilla. Estaba dispuesto a llegar hasta el final y descubrir si esto era una broma o algo parecido. Fui a la capilla a esa hora, pero estaba cerrada y no había conserjes. Apareció Rodrigo con las llaves de la capilla y abrió. Le pregunté de qué iba este asunto, pero parecía poseído y no me respondió. Únicamente se dirigió al altar y se puso a rezar. Escuché que susurraba algo parecido a que Dios guardara las almas del patio.
Decidí irme, pero la puerta estaba cerrada. ¿Cuándo había cerrado la puerta? Yo había entrado el último. Le pregunté que de qué trataba esto de nuevo. Dirigió su mirada a mis ojos, los tenía rojos y estaba pálido. Me dijo que ahora ya era tarde para abandonarlo, debía ayudarlo a proteger las almas del patio. Yo no entendía nada pero decidí escucharlo. Me contó que cada año, un alumno era sacrificado en el patio interior, siempre era el primero que llegaba al colegio en septiembre, y de esto se encargaban unos exalumnos que ya habían pasado a mejor vida. Era por esto que escuché lamentos en el patio, ahora empezaba a comprender.
Rodrigo me dijo que este año fue él el primero en entrar al colegio, y que se estaba preparando para formar parte de las llamadas Voces del Patio Interior. Pero no sé porqué, yo también estaba metido en el mismo saco. Oía las voces del patio, sentía su energía en mi habitación, estaban a mi alrededor. Me explicó que nadie en las Voces del Patio Interior sabía porqué yo podía escucharlos.
El miedo me inundó y salí corriendo de la capilla, la puerta se había abierto sola, y me fui a mi habitación.
No quise saber más de esas locuras que llevaba en mente Rodrigo.
Al final del curso, con los exámenes realizados, Rodrigo vino a despedirse de mí a mi cuarto. Me dijo que ya no nos veríamos más porque él abandonaba nuestro mundo. Pasaría a formar parte de las Voces del Patio Interior. Le dije que estaba loco y que no se volviera a acercar a mí nunca más. Sin embargo, al curso siguiente, en mi misma habitación, apareció muerto un novato. Se llamaba Jesús. En su mesilla encontraron una nota que decía: “Siento miedo de unas voces que oigo allá afuera. Todas las noches oigo lamentos, temo que algún día me pase algo porque en la pared aparecen mensajes que dicen que soy el elegido para formar parte de las Voces del Patio Interior.”