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miércoles, 27 de mayo de 2009

Las Voces del Patio Interior

Corría el mes de noviembre cuando me encontraba estudiando en mi habitación. Con mi escritorio debajo de la ventana, observaba cómo atardecía, el sol se estaba ocultando. Yo, con el flexo encendido, repasaba el temario preocupado, tenía un examen la semana siguiente y apenas había leído los apuntes. Llegó la hora de cenar. Llamé a Sandra, Leonor y a Carlos y quedamos en el hall. Entramos en el comedor y nos alegramos porque aquella noche había hamburguesa para cenar.
Después de jugar un guiñote en los sofás, se fueron a la habitación de Sandra a pasar el rato, yo decidí continuar estudiando, me dirigí a mi habitación y entré, me había dejado la puerta abierta, me extrañé porque siempre la solía cerrar. Sin darme cuenta, cerré de un portazo, me asusté. Había sido el viento, aquel día de noviembre, casi acabando el mes, hacía mucho viento, más que de costumbre en Zaragoza.
Mi ventana estaba abierta y no entendía porqué, la había dejado cerrada. Quise cerrar con llave por dentro, pero me las había olvidado fuera. Traté de abrir la puerta, no podía, alguien me habría cerrado por fuera, una broma pesada. Recogí mis apuntes del suelo, habían volado, los ordené y los coloqué encima de la mesa. De repente abren la puerta, era Pedro.
Pedro es un chico algo raro que está en mi pasillo, siempre grita y está alegre, pero su voz se te clava en el oído aún con la puerta cerrada. Abrió y me dijo que me había dejado las llaves por fuera, le dije que alguien me habría encerrado porque intenté abrir y no podía. Contestó que la puerta no estaba cerrada con llave.
Tras esta conversación me despedí y comencé a estudiar. No me podía concentrar, bajé a por un café y volví. Los apuntes volvían a estar por el suelo, pero la ventana y la puerta estaban cerradas. No hice caso y volví a empezar el temario. Veía enfrente de mí los árboles yendo de lado a lado en el patio interior. Las hojas se habían caído y eso le daba un matiz siniestro al patio. La ventana crujía por el viento, era de noche y hacía mucho frío. Alargué mi mano hasta el radiador, pero estaba congelado. Me abrigué con una manta, seguí estudiando.
A medianoche oí voces y lamentos que venían del patio a través de la ventana. Debía de ser algún gato. Continuaron como unos diez minutos y decidí asomarme, no veía ningún gato y los lamentos parecían provenir del salón de actos o de la capilla, que quedaba justo enfrente de mi ventana. Cerré la ventana y salí al pasillo. Me dirigí hasta el gallinero para comprobar que no hubiera gente ensayando teatro, cantando, o algo parecido. Cuando subí por las escaleras interiores y llegaba a la tercera planta, un gran relámpago iluminó todo el colegio. Le siguió un enorme trueno. La tormenta estaba servida. Abrí la puerta del gallinero y no había nadie, estaba todo a oscuras y no se oía nada. Volví a mi habitación y decidí acostarme.
A la mañana siguiente lo comenté con mis compañeros:
-No Juan, yo no escuché nada- dijo Sandra.
-Nosotros tampoco- añadieron Leo y Carlos.
Desayunamos y me fui a clase, era un día de perros. Llovía intensamente y el sol parecía ausente. Volví a la hora de comer, mis amigos tenían todavía clase y decidí esperarlos escuchando música en mi habitación. Conecté el portátil y puse algo para alegrarme.
Echado en mi cama, mirando al cielo, escuché de repente un aullido desgarrador que me sobrecogió. Me asomé al patio pero no había nadie, como siempre estaba vacío.
Bajé a los sofás a leer el periódico. Pregunté pero nadie había escuchado el lamento.
Llegué a pensar que había sido mi imaginación, pero entonces un novato que no se relacionaba con nadie me dijo que él también lo había escuchado. Creo que se llamaba Rodrigo, pero nunca participaba en fiestas, siempre comía y cenaba solo, en la mesa más lejana del resto que podía encontrar. No saludaba por los pasillos, no sé ni siquiera en qué planta vivía ni qué estudiaba. Nadie lo conocía, ni había hablado con él; sin embargo, se me había acercado para decirme que él también lo había escuchado.
Su aspecto tampoco ayudaba a su integración. Vestía con ropas oscuras y viejas. Nunca se peinaba su media melena, sus ojos de color negro carbón contrastaban con su blanca tez. Cada ojo miraba hacia un punto distinto, pues era bizco.
Pasaron los exámenes de febrero y llegó la primavera. El patio interior se llenó de vida, crecieron las hojas de los árboles y los naranjos daban su fruto. No había vuelto a ver al novato extraño, a Rodrigo. La gente decía que se habría ido del colegio, nadie sabía nada de él.
Pero un día llamaron a la puerta de mi habitación, era él. Me sorprendí al verlo y volví a la realidad cuando me preguntó si podía pasar. Me dijo que estaba estudiando mi misma carrera y que si le podía dejar apuntes. Al cabo de unos días me los devolvió, pero había escrito en ellos mensajes en rojo, parecía que estuvieran escritos con sangre, pero descarté esa absurda opción. Los mensajes decían lugares y horas, no lo comprendía, uno decía que a las doce de la noche y al lado ponía el banco del patio interior. Yo no sabía qué significaba eso, pero no se lo pude preguntar a Rodrigo porque no sabía ni su número de habitación. Decidí asomarme a las doce a la ventana y mirar el banco. No veía nada, pero al filo de las doce, el banco se iluminó extrañamente y me asusté.
Otros comentarios en mis apuntes señalaban las seis de la mañana y como lugar la capilla. Estaba dispuesto a llegar hasta el final y descubrir si esto era una broma o algo parecido. Fui a la capilla a esa hora, pero estaba cerrada y no había conserjes. Apareció Rodrigo con las llaves de la capilla y abrió. Le pregunté de qué iba este asunto, pero parecía poseído y no me respondió. Únicamente se dirigió al altar y se puso a rezar. Escuché que susurraba algo parecido a que Dios guardara las almas del patio.
Decidí irme, pero la puerta estaba cerrada. ¿Cuándo había cerrado la puerta? Yo había entrado el último. Le pregunté que de qué trataba esto de nuevo. Dirigió su mirada a mis ojos, los tenía rojos y estaba pálido. Me dijo que ahora ya era tarde para abandonarlo, debía ayudarlo a proteger las almas del patio. Yo no entendía nada pero decidí escucharlo. Me contó que cada año, un alumno era sacrificado en el patio interior, siempre era el primero que llegaba al colegio en septiembre, y de esto se encargaban unos exalumnos que ya habían pasado a mejor vida. Era por esto que escuché lamentos en el patio, ahora empezaba a comprender.
Rodrigo me dijo que este año fue él el primero en entrar al colegio, y que se estaba preparando para formar parte de las llamadas Voces del Patio Interior. Pero no sé porqué, yo también estaba metido en el mismo saco. Oía las voces del patio, sentía su energía en mi habitación, estaban a mi alrededor. Me explicó que nadie en las Voces del Patio Interior sabía porqué yo podía escucharlos.
El miedo me inundó y salí corriendo de la capilla, la puerta se había abierto sola, y me fui a mi habitación.
No quise saber más de esas locuras que llevaba en mente Rodrigo.
Al final del curso, con los exámenes realizados, Rodrigo vino a despedirse de mí a mi cuarto. Me dijo que ya no nos veríamos más porque él abandonaba nuestro mundo. Pasaría a formar parte de las Voces del Patio Interior. Le dije que estaba loco y que no se volviera a acercar a mí nunca más. Sin embargo, al curso siguiente, en mi misma habitación, apareció muerto un novato. Se llamaba Jesús. En su mesilla encontraron una nota que decía: “Siento miedo de unas voces que oigo allá afuera. Todas las noches oigo lamentos, temo que algún día me pase algo porque en la pared aparecen mensajes que dicen que soy el elegido para formar parte de las Voces del Patio Interior.”

2 comentarios:

Laura dijo...

mmmm tienes miedito en tu habitación, o k?? jajaja Pero si tu habitación ni sikiera da al patio interior!! la mía si... y ya no oigo nada.. (me refiro a los gatos!! =P)
La historia está bien... no da miedito, pero captas bien la atención del lector. El único inconveniente: el tipejo bizco!! eso desconcentra a cualkiera!! por k tiene k ser bizco???!! es k me da la risa solo de imaginar al pobre, con un ojo mirando pa cuenca, to loko, inyecntado en sangre...!! XD
PD: me gusta mi nombre en clave... Leonor es bonito!! =P

Jorge BG dijo...

Jajajaja Cómo sabías que Leonor eras tú?? jeje Ya sé que el hecho de que sea bizco desconcentra... pero bueno, de los errores se aprende! jajaj